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POETISAMAYOR
BLOG DE POETISAMAYOR,EL LUGAR DÓNDE SOY MÁS YO QUE NUNCA Y TAMBIÉN MI REFUGIO ... LA LITERATURA. TE INVITO A VER UN POCO DE MI INTIMIDAD.
08 de Septiembre, 2009 · General

LA BOLSA DEL CASTIGO

LA BOLSA DEL CASTIGO

Horacio Franco miró a su alrededor hastiado del ambiente denso de la oficina. Los escritorios rebalsaban de canastos de papeles, biblioratos y teléfonos. Algunos de sus compañeros escribían en las computadoras y otros parecían detenidos en el tiempo con la punta de la lapicera entre los labios.

Dentro de su despacho Mario Moscardi, el jefe, hablaba fuerte para que se escucharan sus directivas y sostener así su imagen de hombre seguro y competente. En realidad era un energúmeno petiso y pelado con gruesos lentes que delataban un par de ojos incisivos.

Franco miró su escritorio: la taza de café frío en la esquina superior derecha, en la otra punta la canasta repleta de sobres blancos tamaño oficio y en el centro, un alto indefinible de documentación para ensobrar. Del primer cajón, que se atascó a mitad de camino, sacó un cigarrillo. Tenía que aprovechar que Moscardi estaba ocupado para refugiarse unos minutos en el baño y fumar, cansado de la rutina y de que lo trataran como un cadete primerizo luego de casi diez años de pertenecer a la empresa. Siempre igual, era el único que no tenía computadora y que seguía en el mismo puesto y con la misma tarea. Se sentía el che pibe del jefe: “Franco hágame veinte juegos de fotocopias”, “Franco, tráigame el cheque de tesorería y rápido que cierra el banco” ¿Para qué tenía una secretaria? ¿Sólo para servirle café y pasarle las comunicaciones telefónicas? No aguantaba más. Terminó el cigarrillo y lo tiró al inodoro. Se acercó al espejo y se arregló el nudo de la corbata reglamentaria. Hacía tres meses que había solicitado una nueva y no se la entregaban. Volvió a su escritorio. La voz del jefe llegaba clara y contundente:

- ¡No, de ninguna manera Velasco! El pedido debe despacharse a las 12 y 30 en punto, tal como habíamos pactado. ¿Y yo qué tengo que ver con la huelga de las aerolíneas? Alquile un jet privado o lo que sea, pero lleve la mercadería en tiempo y forma sino veré que lo envíen a pegar correspondencia por el resto de su vida.

Colgó el auricular mientras le clavaba con malicia la vista a Franco.

¡Cómo odiaba esa mirada con aires de superioridad detrás del vidrio del despacho! Sobre todo cuando llegaba tarde, claro, el pelado venía en auto con chofer, no tenía que lidiar con las colas en la boletería del subte ni esperar el colectivo bajo la lluvia.

Con resentimiento tomó la primera hoja de la pila y la dobló en tres. Luego la introdujo dentro de uno de los sobres, pasó la lengua por la solapa engomada, lo cerró y lo colocó en la canasta de la izquierda. Pensar que aún restaban varias horas para descolgar el saco del perchero que tenía a sus espaldas y salir de esas cuatro paredes que lo asfixiaban.

Moscardi seguía vociferando dentro de su habitáculo de vidrio. Tenía aire acondicionado, un sillón mullido y un escritorio de puro cedro. En la pared posterior había hecho colocar una pecera de gran tamaño con ejemplares de peces tropicales que eran su debilidad. Todos los días, a las 18 horas debían recibir su alimento ¿Y quién era el estúpido encargado de tal menester? Él, Franco, quién otro. Más de una vez había sentido la tentación de cerrar la manguera de oxígeno y que Moscardi los encontrara duros en el fondo de la pecera. Quizás en algún momento se atreviera...

-         ¡Franco! – gritó el jefe – hoy tendrá que retirarse más tarde. Tiene que recibir  el memorandum de los envíos de Velasco ¿entendió? No se retire hasta que hayan llegado. Y ahí se quedó Franco, solo, ensobrando papeles. De tanto en tanto se perdía, mascullando su bronca, con la lentitud de los peces nadando entre burbujas en las aguas iluminadas del acuario. El memorandum llegó dos horas después de su horario de salida. Al menos había terminado con la documentación aunque añ otro día la montaña sería descomunal. Resolvió tener paciencia, pronto vendrían sus quince días de vacaciones tomadas, por supuesto, en el mes de marzo ya que era el último en la oficina en disfrutarlas. Hasta entonces, aguantó cada jornada con estoicismo. En su cabeza fue madurando una idea para castigar la soberbia de Moscardi. La mañana previa a su licencia Franco traía una rara bolsa negra inflada que dejó en el perchero, debajo de su saco. Estuvo más torpe que nunca. La documentación, mal doblada, no entraba en el sobre y respondió con lentitud a todos los “ ¡Franco!” que el jefe vomitó desde su sillón. Hasta que a las 17 y 30  Moscardi pasó por delante de su escritorio y, antes de retirarse, le espetó un seco - “Hasta la vuelta pibe. Cargá las pilas que no hay quien te suplante y, ah, no te olvides de darle de comer a los peces” Detrás la secretaria apagó la luz del despacho y se despidió con sorna: - ¿Todavía ensobrando? Aprovechá los quince días en descansar la lengua... Trabajó sin descanso hasta terminar la tarea. Colocó una cubierta de plástico sobre la canasta de sobres y se dirigió al baño a enjuagar la taza de café. Volvió tranquilo, no había nadie. Se puso el saco y descolgó la bolsa negra. Con paso firme caminó hacia el despacho. Tiró el alimento para peces en el cesto de papeles y levantó con cuidado la tapa de vidrio. Después desató el nudo de la bolsa y volcó su contenido dentro de la pecera que cayó salpicándole la camisa. El enorme pez, libre de su encierro nadó como un rayo de una punta a la otra y se escondió, al acecho, entre las algas ondulantes. Franco cerró la tapa y de reojo vio como se alborotaban los peces tropicales tratando de escapar de las mordidas. Fue a su escritorio, puso la taza dentro de la bolsa y dejó la oficina con la satisfacción absoluta del deber cumplido.

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publicado por poetisamayor a las 17:47 · Sin comentarios ·  Recomendar
 
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