Desdela esquina se oyen los acordes empalagosos del bandoneón. A mitad decuadra, una copa roja de neón se adueña de la noche. El TuertoGutiérrez entra a la milonga con la luna envenenada en los ojos. Laorquesta de “señoritas” suda alcohol sobre el escenario. A los costadosse apretujan mesas y sombras de hombres y mujeres.
Enla barra está la Turca Zoraida con las tetas sobando el mostrador. Suslabios violáceos se quedan pegados al borde del trago cuando lo veingresar. Desvía la mirada hacia el centro de la pista donde zapatosabotinados de charol y piernas con raya al medio se entreveran. Sabeque viene en busca de su escote y de su pollera tajeada.
Elojo único la relame, provocándola. Ella separa las rodillas cortando enseco el humo denso del tabaco aferrado al taburete. El sombrero delTuerto Gutiérrez se ladea hacia la derecha invitando al baile.
LaTurca Zoraida no se hace rogar. Avanza la seda eléctrica de su blusadesabrochada y se planta airosa bajo la luz alcahueta del reflector. Unbrazo firme le rodea la cintura y siente en su mano el envoltorio deunos dedos febriles. Obediente, se abandona a los compases y a la marcadel varón sobre la espalda. Ya es más de medianoche. Por la puertaentreabierta del boliche entrará, de un momento a otro, el FlacoPeralta con iguales intenciones. Sonríe pensando en que el Tuerto seenvalentonará primero para arrugar después. Como noches anteriores,quedará en claro que ella es hembra de un solo macho. Entre cortes yquebradas relojea la entrada. El Flaco no aparece y la milonga siguehasta que el sol despunta.
ElTuerto Gutiérrez desmolda su brazo del talle de la mujer, no le ha dadoni un respiro. Durante el baile se ha calzado sus tetas y le ha metidosu bufoso entre las piernas. La suelta de golpe a la Turca Zoraida, quetrastabilla, y se va nomás, con la misión cumplida.
Enun zanjón del suburbio, el sol abraza el cuerpo baleado del FlacoPeralta y le saca las últimas ganas de milonguear de los ojos.