Rush Facial
MartínEchegoyen desenchufó la afeitadora y se miró en el espejo. Su rostromostraba ese tinte rojizo que tanto lo disgustaba. Si pudiera dejarsela barba… Pero no, el gerente no se lo permitía. Su imagen debía ser lade un joven seguro de sí mismo e impecablemente vestido. Abrió elbotiquín repleto de cremas cosméticas y eligió una de aloe vera. Seaplicó abundante cantidad con leves palmadas en las mejillas. El rubor,terco, continuaba allí.
Resignado,ajustó el nudo de la corbata de seda y se colocó el saco. ¿No seríamejor ponerse el traje azul en lugar de ese traje gris que loavejentaba? Se dirigió a su escritorio y llamó por el intercomunicador:
-Susana ¿podés venir un segundo?
-Enseguida Sr. Echegoyen- le respondió la voz suave de su secretaria.
Susanaingresó al despacho haciendo sonar los diez centímetros de taco de suszapatos negros. Era una mujer madura, delgada y con buenas curvas.Apenas llevaba maquillaje, su piel lozana era producto de variascirugías.
-¿Qué sucede Martín?- inquirió mientras tomaba asiento en la butaca frente al ventanal.
Martínvio cómo cruzaba sus largas piernas enmarcadas en una brevísimapollera. Sintió una erección e inmediatamente un intenso calor le subióa nivel de la cara. La vergüenza lo obligó a darle la espalda.
-Nosé qué me pasa, los nervios por el discurso me provocaron dolor deestómago desde que me levanté. ¿Qué traje debería usar hoy?
Abrió de par en par las puertas del vestidor donde un ejército de trajes, enfundados en bolsas transparentes, esperaba.
-Comosiempre Martín, el que llevás puesto. ¿Por qué tantas dudas? Como sifuera la primera vez que te enfrentás a un grupo de empresarios. Eldiscurso lo repasamos varias veces y sabrás convencer a los japoneses de que compren la publicidad. ¿Querés un té para aliviarte?
Destrabó sus piernas y, sobre el taconeo de sus zapatos, elevó la voz antes de cerrar la puerta:
-Creo que estás abusando de la cama solar.
Elcorazón comenzó a latirle desaforadamente a Martín. Odiaba su trabajo.No, en realidad odiaba hablar frente a un grupo de personas. Siempre sesentía observado y tenía miedo de lo que pudieran pensar los demás.Para colmo, la reunión se había adelantado y sólo le restaban dos horasmiserables antes del cadalso. Volvió a pulsar el botón:
-Susana ¿el aire acondicionado funciona? Estoy sofocado.
Nadierespondió, la secretaria estaría en el buffet. Supuso que tardaríaalgunos minutos más. Se sentó frente a la computadora y cliqueó en elítem de búsqueda “Eritrofobia”. Leyó: “Trastorno de la ansiedad queconsiste en la aparición brusca y repentina de rubor en la cara frentea situaciones sociales, al grado de producir bloqueos en el desempeñolaboral”.
Tic,toc, tac. Susana se acercaba. Hizo aparecer el logo de la empresa comofondo de pantalla. La secretaria entró portando una bandeja con la tazade té humeante. Realmente, Martín le despertaba cierta ternuramaternal. Ella, que se había quedado sin poder traer hijos al mundo.Demasiado exigente con su porvenir, ningún hombre la había satisfecho.Y eso que había tenido unos cuantos detrás suyo. Pero los pocoselegidos terminaron siendo un escollo en su búsqueda de un buen pasar.En su mente apareció el recuerdo de Álvaro, la última conquista seria,cinco años atrás. Diplomático, adinerado pero un fiasco en la cama. Enel instante de apoyar la bandeja sobre el escritorio borró la imagen deese cuerpo blanco de pescado sin escamas.
-Relajate, disfrutá del té mientras te hago unos masajes.
Martín cerró los ojos y se entregó a esas manos suaves que le quitaron el saco como por arte de magia.
“Señores,nuestra empresa lleva treinta años en el rubro publicitario y nuestrosproductos han recibido varios premios de la Cámara Argentina deMarketing…”
Losdedos mágicos habían hecho desaparecer la corbata y la incómoda presiónde los botones de la camisa sobre su cuello. Ojalá también lograrandesatar el nudo en su estómago.
“La experiencia nos indica que debemos tener en cuenta la franja de consumidores que queremos atrapar…”
Lasmanos recorrían ahora la geografía de sus pectorales distendiendo cadamúsculo. El cabello de Susana le cosquilleaba los hombros.¿Dónde habríaido a parar la camisa? Comenzó a experimentar un intenso deseo dedesaparecer, como cada vez que debía enfrentar una situación donde erael principal protagonista.
“Esnecesario que la publicidad resalte la libertad de elección de la mujeren la conquista de sus derechos sexuales por el uso del producto, alestilo Marilyn Monroe, quien sólo necesitaba una gota de perfume paraestar vestida…”
El cinturón dejó de presionarle la zona abdominal. El nudo se estaba deshaciendo.
-¿Me tenés miedo?- alguien le susurró en el oído.
Movióla cabeza negativamente. Mentira, estaba aterrado, el sudor le caíadesde la frente. La cara era una caldera, estaba seguro de que si abríala boca le saldrían lenguas de fuego.
“¿Cómo carajo se le ocurre una idea tan estúpida Echegoyen?¡Emular a la competencia!” – le gritaron en el otro oído.
Estabaparalizado, en sus puños apretaba al máximo el estrés, la ansiedad, laangustia, la maldita vida. La erección primaria pasó a ser unaformidable dureza entre sus piernas.
-Eh… yo no quise… no era mi intención- No sabía qué responder.
Estabadentro de un túnel oscuro y sentía la presencia de millones de sombrasque lo juzgaban. La pantalla de la computadora se encendió en un rincónde su mente y leyó: “Dr. José Manuel Castro Navarro, especialista enfobias sociales” y, de golpe, se apagó en una raya horizontal que se esfumó en un punto.
-¡Susana, elevá el aire acondicionado de mierda!
Suvoz retumbó reverberando en ecos que se apagaron en cámara lenta.Sentía que, contra su voluntad, en cualquier momento iba a eyacular.Eso sería un río de lava buscando el orificio de salida, quemándole lasentrañas, ametrallando inútilmente las sombras grotescas de sualrededor. Y no aguantó más. Lanzó un alarido de dolor, se estremecióen convulsiones, en un llanto de fuego, babeando borbotones de espuma.El corazón loco rodaba por el piso inyectado en sangre hirviendo… Todosu cuerpo se incendiaba y con él, el túnel, el vestidor, el salón delos empresarios, Marilyn Monroe y los zapatos de Susana.
Despertóempapado, tirado entre el inodoro y el lavabo. Se incorporó como pudo,trastabilló, se tomó del tohallero y se vio en el espejo con la narizsangrante, la camisa manchada y el pantalón gris sucio de semen. Searrancó la ropa y la arrojó al cesto de la basura. Se lavó la cara, lasmanos y los genitales. Rápido, se dirigió al vestidor y se puso unacamisa nueva con el traje azul. Volvió al baño, hizo un nudo en labolsa de residuos y abrió el botiquín. Esta vez eligió la crema de rosamosqueta. Lejos, era la más eficiente.